miércoles, 15 de abril de 2009

Libro “Cuando se retira la ola” – Capítulo 6

RUMIANTE

Estamos en un mundo que lentamente se va formando; las barreras de los idiomas se están franqueando, las mentes se comunican sin distinción de razas, de culturas; como si todo y todos nos fuéramos integrando, siendo uno.
Debe haber un centro catalítico alrededor del cual nos integramos, tendemos a ser uno. De ese centro, aunque no es conocido, debemos tratar de saber algo de él, investigar sus huellas, sus rastros.
Comencemos:
Podemos mentir a los demás, pero nunca a nosotros mismos.
Cuando hacemos lo que nuestro corazón nos dice, es una sensación agradablemente, placenteramente, plena.
Hay como un ánimo en nosotros, dentro de nosotros, que nos lleva ha obrar, que nos lleva ha crear la belleza, a crear el paraíso, aquello en donde nuestros sueños se hagan realidad.
Somos los creadores de este mundo. Cuando muchas veces se retira el Dios, es una obligación ocupar su lugar, ser responsables de ésta nuestra creación. Cuidar el cuerpo, el alma, el espíritu, no solo de nosotros mismos, sino de aquello que hemos convertir en mundo.
Hacer a este mundo bello, y por cierto lo estamos haciendo, basta para ello verlo.
Se retira algo y nosotros somos los que ocupamos su lugar; las sombras, nuestra ignorancia, son como velos que se han comenzado a retirar, mejor si decimos los estamos corriendo, como si corriéramos una cortina, cortinas de niebla y oscuridad.
Lo increíble es que no es luz; por lo menos lo que nosotros conocemos como luz, aquello que nos permite mirar, aquello que nos muestra; vemos más, es como si nosotros fuéramos una luz que además de iluminar ve, una doble acción, un doble propósito; pero eso es hasta ahora.
Una cosa nueva agregó Wittgestain: el lenguaje. Si bien lo estamos usando, empleando desde que al grito, al alarido, los convertimos en voz y luego en nombre; él nos está llevando, mejor si decimos que estamos caminando de su mano, con su decir.
Y es como si con el lenguaje estamos cumpliendo la función tornillo; al girar avanzamos y si miramos de frente, en la dirección que avanzamos, ni nos damos cuanta que avanzamos; solo nos damos cuanta de ello cuando miramos desde arriba.
Viéndolo desde un punto de vista puramente mecánico, podemos decir que estamos penetrando ha la oscuridad, ha aquello que somos y no nos damos cuenta.
Pero no es que el observador se haya quedado en un extremo, en un punto fijo sino que avanza con la penetración, va siendo él, el mismo el que ve, pero ve desde la punta, desde el extremo que avanza.
La palabra es una flecha que nombra, que caza la cosa, a un árbol por ejemplo. El árbol existe desde antes que nosotros, pero hubo un momento en que lo nombramos con la palabra árbol, desde entonces vive un árbol dentro de nosotros, una imagen de él.
Desde entonces hemos visto muchos árboles, de muchos colores, de muchas formas, dimensiones y funciones.
He jugado en él, por ejemplo cuando era niño me trepaba a un eucalipto, y desde allí podía contemplar, podía ver más cosas desde su altura, luego cuando el viento lo trataba de doblar, tumbar como se dice, lo veía como bramaba, como se movía sus ramas, su hojas, y el brillo de la luz del sol eran como luciérnagas que encendían su luz, eran miles.
Un espectáculo que por siempre se gravó en mi memoria y me llena de plenitud cuando lo recuerdo.
Ya tenemos un árbol particular, el eucalipto de mi casa materna; ya no está mas, pero vive aún en mi y su recuerdo como dije es un placer; así tengo dentro de mi memoria miles de árboles y dentro de la memoria de los hombres miles de millones de árboles también.
Ahora la palabra árbol se ha ramificado, se ha bifurcado de tal manera que hay tantos árboles que no podría nombrarlos, no me refiero a los árboles de afuera sino a las imágenes de árboles que existe en la mente del hombre.
Podría decir que se ha creado un mundo de árboles. Es decir puedo estar solo, aislado en una cueva y tengo dentro de mí ese mundo de árboles, un mundo representado poe imágenes.
Aquí es donde entra Wittgestain y dice el leguaje es vida, es una vida.
Tenemos la vida de nuestro cuerpo, de nuestra alma y aún de nuestro espíritu; pero es la palabra la que la puebla. Es como sí hubiera ya una ciudad, un campo, un desierto, montañas, lagos, mares, ríos; y de pronto aparece el hombre, aparece la palabra como representación; pero la palabra como habitante del hombre y éste habitante de la tierra.
Uno vida dentro de otra vida ó una vida sobre otra vida.
Por la palabra hemos llegado al pensamiento, a la idea.
Pero, fueron dos vertientes, por un lado la imagen, por otro la palabra. Como cuando en Europa el hombre de Neardental es reemplazado por el Cromañón, el nuevo hombre que llegó desde África, que era más fuerte, que era más astuto, que tenía más cosas, más desarrollado, más adelantado; ó como cuando los españoles conquistaron a América, a los indios, realmente no fue muy diferente.
Así la imagen primero, luego la imagen comparada, es decir la metáfora, para terminar lo que dice Nietzsche: “Toda palabra es una metáfora muerta”
¿Es un ataúd, en donde se la encierra? O simplemente se la deja macerar, para que después vuelva, vuelva más madura, más fermentada; y la palabra haya sido solo su cuerpo, su concha como la del caracol, aquella concha que el mismo construye con su movimiento.
¿No es ahora, que aquellas palabras se vuelven, más precisas? Nos decía Holan, “La poesía es misterio, debería ser precisión”
A las palabras les crecen alas y se convierten en palabras poéticas, dicen más de lo que es nombre, dicen ahora la historia de la cosa; no solo la cazan a la cosa como flecha sino que la moldean, inclusive la transforman. Es decir la palabra ya no es algo así como un dedo que señala, ahora es una mano que moldea.
Ahora, tal vez vamos a poder ver con más claridad la función tornillo. Primero la imagen, luego la metáfora, para terminar en la palabra; después la palabra con alas, la palabra que no solo nombra sino que representa.
Así, como una imagen pintada como es La Bota de Vango, en donde no es solo una bota, sino que es capaz de describirnos la historia del quién la usó, del campesino; por sus arrugas, por el barro, por los pliegues que nuestra, por lo en sí gastada que está.
Así también, un poema es capaz de describirnos con palabras precisas, toda la historia de una cosa, de un suceso.
Entremos por ultimo en la música, ella es como una metáfora de la naturaleza en el hombre.
Es como si sus colores, sus movimientos, sus formas, entraran y se transformarán dentro del alma del músico, volviendo como eco, pero ahora ese eco es sonoro, es decir sonido, el sonido ha brotado de la imagen, y es más que palabras. Es imposible decirla en palabras a una melodía.
Nos encontramos que es todo, emoción; reacción del hombre (que se va haciéndose a través de esa misma emoción) frente a lo exterior.
Las cosas entran en el hombre y el hombre es como un estómago que las digiere y a la vez esas mismas cosas salen después transformadas en obra; en cosas transformadas por el hombre, en cosas más bellas, por ejemplo, en palabras con alas, en música, en colores y en formas.
El universo se transforma en y a través del hombre en mundo; y como un rumiante que tiene más de un estomago, en la segunda digestión, éste mundo se transforma en un mundo bello, en el paraíso.
Karigüe

Si ha leído este capítulo, me gustaría escuchar sus comentarios, enviando un mail a pensamientos@karigue.com.ar.Gracias. Karigüe

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